
EN SANTIAGO, existe un lugar del que seguramente muchos jamás han escuchado hablar. Se trata del museo privado Fundación Domingo de Toro Herrera, héroe de la Guerra del Pacífico, y quien fuera homenajeado hasta el último de sus días por sus servicios patrióticos. En este museo encontramos verdaderas reliquias que nos transportan a otra época, a otro Chile que por unos instantes podemos palpar.
Visitar el Museo Histórico de la Guerra del Pacífico, Domingo de Toro Herrera sorprende, porque uno no imagina todo lo que puede encontrar allí. Además de conversar gratamente de historia con Marcelo Villalba (su director), es posible contemplar de cerca corvos originales de los soldados chilenos: un cuchillo que llegó accidentalmente a la guerra con nuestros vecinos de la frontera norte, y terminó siendo parte de la indumentaria oficial del Ejército de Chile.






Algunos de estos filos quedaron en proceso de fabricación (y están ahí sin terminar). Entonces los hacían de resortes de ferrocarril y palas calicheras. Junto a los uniformes militares hay sables de abordaje empleados en la Armada, charreteras, espadas y yataganes de la época, que conservan sus marcas de batalla. Destaca dentro de todo ese invaluable patrimonio un sable que perteneció al General Manuel Baquedano, y que fue dedicado a un amigo.
Prácticamente todo este patrimonio histórico ha sido donado por herederos de aquellos Veteranos de la Guerra del Pacífico, y es protegido celosamente por la Fundación Domingo de Toro Herrera. En otra sala hay fotos de los mutilados que podrían ser nuestros bisabuelos. También se aprecian fusiles con sus municiones originales de los distintos ejércitos, y algunas réplicas. Así se puede dimensionar la desventaja que tenían los soldados chilenos, y que sólo pudo ser suplida peleando con un enorme patriotismo y arrojo.
Hay réplicas a escala de la Esmeralda, de la Covadonga, de la Independencia y del Huáscar. Pero lejos lo más sorprendente es apreciar uniformes de combate, los mismos que usaron nuestros antepasados, con parches y remiendos. Por ese aspecto andrajoso, los peruanos llamaron a los chilenos “Rotos”.
Tanto respeto produce este museo cuando nos percatamos que algunos filos aun guardan restos de sangre confundida con el óxido, que probablemente causó. Sorprende también que este museo sólo se financia con altruismo, ya que no recibe fondos públicos y la entrada es una colaboración voluntaria.
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