[EDITORIAL] Llorando por la leche derramada

El espíritu de esta época se podría definir en una palabra: desesperanza. Es que todo está revuelto, y no parece claro hacia donde podamos ir, hasta dónde podremos llegar.

Partamos por la autoridad, a quienes elegimos para gobernar, los que juran cumplir la Constitución y las Leyes, esos que deben defender a Chile hasta dar la vida si fuera nece- sario. Hoy en día un gobierno de derecha o de izquierda en la mente de la ciudadanía parece ser más de lo mismo: ninguno cumple con sus obligaciones. La doctrina del “sálvese quien pueda, y cuando pueda” se elabora secretamente en los hogares chilenos.

Es mal visto que un civil defienda su derecho a la tenencia de armas, o que admita tenerlas y es demasiado extremista que proponga el porte de armas de fuego en determinadas circunstancias cuando su vida, su familia, su propiedad o sus vecinos corren peligro. Pero tenemos que aguantar que los narcotraficantes celebren la llegada del veneno que esclaviza con fuegos artificiales (que están prohibidos) en todos los barrios de Chile.

¿Usted cree que estoy exagerando?

A Roxana Carrut, un grupo extremista que supuestamente defiende la causa indígena (y que no se sienten chilenos) le tomaron su fundo en 2019, usando armamento de guerra, entre otras cosas. En su campo pusieron otra bandera, ya no flamea el estandarte tricolor. Aun así, este año el Fisco remató su propiedad, por no pago de contribuciones al Estado de Chile.

¿Cómo es que para muchos compatriotas viviendo en el país donde nacieron se sienten como ser extranjeros, en el último lugar de la fila?

Entre 2019 y 2020 todas las ciudades de Chile padecieron violencia bajo el así llamado “estallido social”. Cientos de vecinos tuvieron que abandonar sus barrios, cerrar sus negocios. Aumentó la cesantía, se cayeron negocios.

En honor a ese panorama decadente, en nuestras plazas ahora flamean todo tipo de trapos multicolores, menos el estandarte de la estrella solitaria, que nos unía a todos.

Luego, a pretexto de la “pandemia Covid-19”, nos suspendieron Fiestas Patrias. Y de pronto celebrar nuestra vida independiente no sólo estaba prohibido por decreto, era además un acto fascista. La Parada Militar: también fascista. Amar a Chile, entonar el himno con respeto e izar nuestra bandera: demasiado fascista. Honrar a los héroes de la Guerra del Pacífico: de extrema derecha. Bautizar a los niños en la fe de sus padres: reaccionario, violento. Defender las fronteras con determinación: crimen de lesa humanidad. Pero vestir una camiseta con la estampa de un perro negro con pañoleta roja, eso hay que aplaudirlo. Viva la diversidad.

¿Cómo fue que un día tuvimos que aguantar (en TV abierta) pifias mientras se entonaba ese Himno Nacional que todos cantábamos con tanta pasión, como si en un estadio de fútbol la Selección Nacional de Chile estuviera jugando de visita?

¿Cómo es posible que en menos de 4 años se haya desdibujado tanto el escenario político nacional? ¿Cómo pasamos de conversar sobre los estándares OCDE, y compararnos con potencias como Australia, de discurrir sobre el potencial de Chile en relación a las energías alternativas renovables, y así dar el gran salto al desarrollo, a comentar con tanta amargura que ya nadie respeta nada, que el futuro se ve tan oscuro, y que lo único que nos provoque risa sea el último episodio de ese fastuoso “reality show” que se llama Convención Constitucional?

A menos de tres meses de una nueva elección presidencial y parlamentaria, la sensación en el ambiente es de mucha incertidumbre. El desencanto hacia la clase política es generalizado: ellos son el problema, ellos nos arrastraron hasta aquí; prometieron y no cumplieron, sólo llevan agua para su propio molino.

Y las alternativas para sacarlos son, en su inmensa mayoría, peores. Candidatos presidenciales reciclados, movimientos políticos fraudulentos. Incompetentes y corruptos postulándose a cargos de servicio público.

Con todos los problemas de calidad que tiene la casta política que nos gobierna, hay que preguntarse: ¿Qué pasará por la mente de ese 26% que todavía aprueba al gobierno de Sebastián Piñera? ¿Quiénes son esas personas? ¿Irán a votar por Sebastián Sichel, y de esa forma asegurar un Sebastián 3.0 en La Moneda? ¿Irán a votar con el síndrome de Estocolmo para reelegir los mismos parlamentarios que traicionaron sus promesas y tienen una muy baja aprobación?

El chileno mira hacia afuera, y ve cómo avanza el fundamentalismo islámico, desplazando el conflicto cultural a países supuestamente democráticos y desarrollados donde crece el progresismo y la izquierda radical. En el vecindario, la peste bolivariana sigue diezmando sin cuartel, y la dictadura cubana no cae.

¿Y usted, apreciado lector, qué está haciendo para evitar salir arrancando con lo puesto de su país? ¿Qué está haciendo para evitar perder su libertad, el fruto de su esfuerzo, su identidad nacional, sus derechos?

Chile es como una familia que está en crisis. Y hay que defender lo que tanto le costó a nuestros abuelos, y a los abuelos de nuestros abuelos.

La solución es poner a Chile primero, como un deber religioso. Porque el que dice que ama a Dios, pero aborrece a su familia, es un mentiroso. Pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto.

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