Por Christel Felmer
Hoy estamos frente a una clara cultura de la muerte. Impresiona la gran tendencia hacia la deshumanización en el sentido de bajar a tal nivel la categoría del hombre que ya es un ser que es descartable. Descartable los viejos al nivel de querer poner en calidad de enfermedad el ser viejo, tal como lo manifestó este año la Organización Mundial de la Salud (OMS), causando “sorpresa, molestia y desilusión” a 51 profesionales dedicados a la adultez mayor (de diferentes disciplinas), de la Red Transdisciplinaria sobre Envejecimiento (RedEn) de la Universidad de Chile.
En ese sentido el aborto es sin duda alguna la madre de las batallas. Aquí se busca cambiar la percepción de un futuro niño al denigrarlo, invisibilizarlo, degradarlo a un cúmulo de células (como podría ser una parte de un órgano, que en su esencia no es lo mismo). La relativización de todos los conceptos, al no tratarlos de manera concreta, si no algo muy fluido y difuso, cobra sus víctimas al perder la misma felicidad, porque se pierde hasta el sentido de la vida. Junto con eso, hay una campaña de querer hacer crecer a los niños antes de tiempo, y leyes como la de Garantías de la Niñez influyen sin duda en cumplir ese objetivo.
Diputados hablando de un supuesto “adultocentrismo” para referirse a la protección y guía de los padres hacia los hijos. Esto es una tergiversación de los roles bastante perversa y enferma. El querer romper la naturaleza humana a toda costa es un tema muy poco sustentable en el largo plazo, sobre todo pretender que ese va a ser un camino que pueda tener un buen fin. Los niños siempre buscarán un guía; es algo absolutamente natural, y si el Estado (a través de esta nefasta ley) pretende que no va a ser así, se va a encontrar con un muro de realidad por que finalmente la naturaleza se impone.
Lo mismo con la obsesión de seguir “igualando” a hombres y mujeres, seres absoluta y naturalmente diferentes que aportan cada uno con cualidades únicas a la familia, centro de nuestra sociedad.
Dejar una contestacion